miércoles, 12 de diciembre de 2012

La sociedad no cambia sin cambios en nuestra mentalidad








Somos ese todo conformado por las diferentes “partes” que nos dan forma, pero le damos importancia absoluta al resultado final; obviando, verdaderamente, la importancia de cada una de esas partes. Esas partes determinantes empiezan por la genética que nos construye; el lugar dónde nacemos; nuestros padres en nuestros hogares; las circunstancias iniciales de partida, en ese inicio del camino vital; la influencia afortunada o desafortunada de la sociedad a la que llegamos, con sus usos y costumbres. Todo esto y muchos aspectos más, nada desdeñables, nos convierte en el todo que somos y que, evolucionando, llegaremos a ser.

La sociedad que todos formamos es para todos y debe dar respuesta adecuada para todos. La mayoría, alguna vez, seremos ancianos; tener familiares con alguna minusvalía; podemos estar viviendo en lugares apartados y poco comunicados; no todos seremos altos, atléticos o esbeltos; no todos nos sentimos atraídos por un mismo credo o ideología política; no todos, en una misma y determinada sociedad, somos de una misma raza o etnia y así, podría seguir enumerando multitud de aspectos que nos pueden hacer diferentes, pero que merecemos las mismas oportunidades y que se nos demanden las mismas obligaciones dentro de un marco social.

Las sociedades cambian muy poco, en relación a las múltiples diferencias y necesidades de sus ciudadanos; no dando pronta respuesta a las necesidades de muchos y, algunas, acuciantes. A las múltiples diferencias entre ciudadanos - bien sea desde un inicio biológico, cultural o étnico - la propia sociedad es escenario donde se van generando injusticias de todo tipo: judiciales, discriminaciones raciales o por ser menos pudientes e incluso por ser indigentes, como meros ejemplos, entre muchos que se pueden apuntar.

Cuando una gran mayoría de ciudadanos - que es lo que básicamente sucede - entran dentro de un parámetro o perfil de aceptación, socialmente reconocidos y aceptados, “no miran hacia atrás para ver a los que no están a su lado o los que no pueden seguir el ritmo” y decir, solidariamente, ¡alto!,… ¡alto!, paremos un poco. No, no lo hacemos y somos los únicos que lo podemos hacer, porque esos que están bien y no hacen nada, ¿quiénes son realmente?,… simplemente son la sociedad, que avanza como un gran pelotón de ciclistas - en una carrera desenfrenada - que asume la fatalidad de que el que se descuelga quedará perdido.

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