La sociedad está ideada como un “inmenso corral” y los hay del tamaño de un pueblo; municipio; provincia; región, o tan grandes como los propios estados. Estamos acotados en los espacios que nos tienen destinados y con el cometido prefijado que debemos desempeñar cada uno, incluso, la gran mayoría de nosotros tenemos "el cometido de ser ignorantes” y con ello, ser de fácil manejo, con las herramientas del miedo. Al hombre le queda por realizar la revolución “del hombre por el hombre”, como algo global y como conquista global a seguir, y no sólo como el camino de vida elegido por unos pocos,… como si de un camino espiritual se tratara.
Un médico, incluso un buen médico, puede ser un completo ignorante dentro del contexto global de una sociedad. Es una persona formada, entendida y con la reconocida capacidad para atender pacientes en el ámbito sanitario y es, precisamente, el ámbito sanitario su pequeño acotamiento dentro del “corral”. Su ámbito laboral, de seguro, estará politizado y ese ser humano, de gran valía como tal y como profesional de la sanidad no dejará de ser mas que un número más, dentro del “rebaño”. Este ejemplo con el médico es perfectamente extrapolable a cualquier otra persona, y por muy erudita que sea. La sociedad va deshumanizando al hombre y lo va convirtiendo en un ser individualista que ha de “ir caminando” en la sociedad como las piezas por una fábrica en el proceso productivo de la misma.
Si el analfabetismo de antaño era el no saber leer y escribir, el analfabetismo de hoy es que las ciudadanías, aún sabiendo leer y escribir, estén ajenas a las leyes que rigen las sociedades; los entramados de la política; la ingeniería social; lo que es información y lo que es desinformación; ajenas a inquietudes de una formación multidisciplinar; dando la espalda al avance tecnológico, y sin la clara conciencia de entender que debemos estar formados en todo esto, para dar una respuesta conjunta - claramente imprescindible - y contundente, para “romper los límites del corral” cuando éstos se estrechan y de acotar pasan a oprimir.
Cada día, y en cualquier parte del mundo, se observan injusticias a las cuales poder salir al paso con argumentos fundamentados en la verdad y con el ánimo firme de restablecer lo justo. Cuando se dan estos pasos nos convertimos en revolucionarios y debemos asumir que nos ponemos en el punto de mira del Sistema e incluso, ser tenidos por disidentes. Pero, los sistemas injustos cuentan con amplitud de medios y estratagemas para convertir al revolucionario en un marginal y de otro lado, una amplia maquinaria de “miedo” para abortar toda posible germinación de ejemplos. Atrás queda la imagen romántica del combatiente heroico, que inmolándose, lanzaba su granada sobre el nido de ametralladora y, hoy, esa ametralladora lleva el nombre de “ingeniería social” y está continuamente “disparando” sobre nuestras cabezas; una perfecta máquina diseñada para absorber voluntades, engrasada con un “miedo aceitoso”, con balas cargadas de mentiras explosivas o con verdades interesadas.
El hombre ha de emprender una revolución para reencontrarse consigo mismo, una revolución que va más allá de una convulsión interna de cada cual, para ser un movimiento de colectividad humana que lleve a la concienciación de que el hombre es lo más importante y que la sociedad está para bien y beneficio del hombre, y no éste como un producto al servicio de la sociedad.
Un médico, incluso un buen médico, puede ser un completo ignorante dentro del contexto global de una sociedad. Es una persona formada, entendida y con la reconocida capacidad para atender pacientes en el ámbito sanitario y es, precisamente, el ámbito sanitario su pequeño acotamiento dentro del “corral”. Su ámbito laboral, de seguro, estará politizado y ese ser humano, de gran valía como tal y como profesional de la sanidad no dejará de ser mas que un número más, dentro del “rebaño”. Este ejemplo con el médico es perfectamente extrapolable a cualquier otra persona, y por muy erudita que sea. La sociedad va deshumanizando al hombre y lo va convirtiendo en un ser individualista que ha de “ir caminando” en la sociedad como las piezas por una fábrica en el proceso productivo de la misma.
Si el analfabetismo de antaño era el no saber leer y escribir, el analfabetismo de hoy es que las ciudadanías, aún sabiendo leer y escribir, estén ajenas a las leyes que rigen las sociedades; los entramados de la política; la ingeniería social; lo que es información y lo que es desinformación; ajenas a inquietudes de una formación multidisciplinar; dando la espalda al avance tecnológico, y sin la clara conciencia de entender que debemos estar formados en todo esto, para dar una respuesta conjunta - claramente imprescindible - y contundente, para “romper los límites del corral” cuando éstos se estrechan y de acotar pasan a oprimir.
Cada día, y en cualquier parte del mundo, se observan injusticias a las cuales poder salir al paso con argumentos fundamentados en la verdad y con el ánimo firme de restablecer lo justo. Cuando se dan estos pasos nos convertimos en revolucionarios y debemos asumir que nos ponemos en el punto de mira del Sistema e incluso, ser tenidos por disidentes. Pero, los sistemas injustos cuentan con amplitud de medios y estratagemas para convertir al revolucionario en un marginal y de otro lado, una amplia maquinaria de “miedo” para abortar toda posible germinación de ejemplos. Atrás queda la imagen romántica del combatiente heroico, que inmolándose, lanzaba su granada sobre el nido de ametralladora y, hoy, esa ametralladora lleva el nombre de “ingeniería social” y está continuamente “disparando” sobre nuestras cabezas; una perfecta máquina diseñada para absorber voluntades, engrasada con un “miedo aceitoso”, con balas cargadas de mentiras explosivas o con verdades interesadas.
El hombre ha de emprender una revolución para reencontrarse consigo mismo, una revolución que va más allá de una convulsión interna de cada cual, para ser un movimiento de colectividad humana que lleve a la concienciación de que el hombre es lo más importante y que la sociedad está para bien y beneficio del hombre, y no éste como un producto al servicio de la sociedad.
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