Somos ese todo conformado por las diferentes “partes” que nos dan forma, pero le damos importancia absoluta al resultado final; obviando, verdaderamente, la importancia de cada una de esas partes. Esas partes determinantes empiezan por la genética que nos construye; el lugar dónde nacemos; nuestros padres en nuestros hogares; las circunstancias iniciales de partida, en ese inicio del camino vital; la influencia afortunada o desafortunada de la sociedad a la que llegamos, con sus usos y costumbres. Todo esto y muchos aspectos más, nada desdeñables, nos convierte en el todo que somos y que, evolucionando, llegaremos a ser.
La sociedad que todos formamos es para todos y debe dar respuesta adecuada para todos. La mayoría, alguna vez, seremos ancianos; tener familiares con alguna minusvalía; podemos estar viviendo en lugares apartados y poco comunicados; no todos seremos altos, atléticos o esbeltos; no todos nos sentimos atraídos por un mismo credo o ideología política; no todos, en una misma y determinada sociedad, somos de una misma raza o etnia y así, podría seguir enumerando multitud de aspectos que nos pueden hacer diferentes, pero que merecemos las mismas oportunidades y que se nos demanden las mismas obligaciones dentro de un marco social.
Las sociedades cambian muy poco, en relación a las múltiples diferencias y necesidades de sus ciudadanos; no dando pronta respuesta a las necesidades de muchos y, algunas, acuciantes. A las múltiples diferencias entre ciudadanos - bien sea desde un inicio biológico, cultural o étnico - la propia sociedad es escenario donde se van generando injusticias de todo tipo: judiciales, discriminaciones raciales o por ser menos pudientes e incluso por ser indigentes, como meros ejemplos, entre muchos que se pueden apuntar.
Cuando una gran mayoría de ciudadanos - que es lo que básicamente sucede - entran dentro de un parámetro o perfil de aceptación, socialmente reconocidos y aceptados, “no miran hacia atrás para ver a los que no están a su lado o los que no pueden seguir el ritmo” y decir, solidariamente, ¡alto!,… ¡alto!, paremos un poco. No, no lo hacemos y somos los únicos que lo podemos hacer, porque esos que están bien y no hacen nada, ¿quiénes son realmente?,… simplemente son la sociedad, que avanza como un gran pelotón de ciclistas - en una carrera desenfrenada - que asume la fatalidad de que el que se descuelga quedará perdido.
La sociedad que todos formamos es para todos y debe dar respuesta adecuada para todos. La mayoría, alguna vez, seremos ancianos; tener familiares con alguna minusvalía; podemos estar viviendo en lugares apartados y poco comunicados; no todos seremos altos, atléticos o esbeltos; no todos nos sentimos atraídos por un mismo credo o ideología política; no todos, en una misma y determinada sociedad, somos de una misma raza o etnia y así, podría seguir enumerando multitud de aspectos que nos pueden hacer diferentes, pero que merecemos las mismas oportunidades y que se nos demanden las mismas obligaciones dentro de un marco social.
Las sociedades cambian muy poco, en relación a las múltiples diferencias y necesidades de sus ciudadanos; no dando pronta respuesta a las necesidades de muchos y, algunas, acuciantes. A las múltiples diferencias entre ciudadanos - bien sea desde un inicio biológico, cultural o étnico - la propia sociedad es escenario donde se van generando injusticias de todo tipo: judiciales, discriminaciones raciales o por ser menos pudientes e incluso por ser indigentes, como meros ejemplos, entre muchos que se pueden apuntar.
Cuando una gran mayoría de ciudadanos - que es lo que básicamente sucede - entran dentro de un parámetro o perfil de aceptación, socialmente reconocidos y aceptados, “no miran hacia atrás para ver a los que no están a su lado o los que no pueden seguir el ritmo” y decir, solidariamente, ¡alto!,… ¡alto!, paremos un poco. No, no lo hacemos y somos los únicos que lo podemos hacer, porque esos que están bien y no hacen nada, ¿quiénes son realmente?,… simplemente son la sociedad, que avanza como un gran pelotón de ciclistas - en una carrera desenfrenada - que asume la fatalidad de que el que se descuelga quedará perdido.
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