Al hilo del post publicado por Miguel Reyero en su muro de facebook y, referente a la tristeza por las imágenes de niños ahogados en las playas de Turquía.
Aquí, en este enlace, pueden leer la reflexión de Miguel.
No había visto las imágenes, ni sabido de tan penosa noticia hasta que leer a Miguel fue algo así, como caer desde el suelo que se abre a tus pies, casi succionado hacia un profundo abismo de agua y oscuridad. De repente te ves, te apareces, en la surrealista imagen de una playa con un espléndido día, donde observas la cotidianidad de todo su derredor,... Hasta que tus ojos se fijan, irremediablemente, en la escena de un pequeño niño tendido inerte, boca abajo, con sus pequeños brazos tendidos a lo largo de su pequeño cuerpo; con su pantaloncito corto y sus playeritas minúsculas.
Ese niño es niño de todos nosotros, como los otros que también perecieron, como cualquier niño del mundo,... Y no importa que cierre los ojos, para siempre, en una noche estrellada de Alepo, en una favela de Río, en la Colombia del sicariato, en la "avanzada Europa o EE.UU",... O en una idílica playa de Turquía.
Ese niño no tenía que estar allí; vacío de vida, con tantas libretas por emborronar, con tanta luz por regalar con su sonrisa, por los desvelos perdidos por sus llantos trágicamente acallados. Allí, en una playa de Turquía, vi a la esperanza y a la ilusión, vestidas con un pantaloncito azul y un pequeñito polo rojo; allí quedaron,... Para siempre.
Les dejo con un poema de Luis Cernuda Bidou titulado, precisamente, "Niño muerto". Este poema tiene su origen en un contexto que no se puede parecer más, al drama que viven todos los que huyen desesperadamente del hambre, la guerra y la miseria,... Como hoy día es el caso sangrante de Siria. El 22 de mayo de 1937, a bordo del transatlántico Habana, llegaron al puerto de Southampton 3.800 niños vascos, evacuados de la ciudad sitiada de Bilbao. Siga leyendo sobre esta historia, pulse sobre el enlace.
NIÑO MUERTO
Si llegara hasta ti bajo la hierba
Joven como tu cuerpo, ya cubriendo
Un destierro más vasto con la muerte,
De los amigos la voz fugaz y clara,
Con oscura nostalgia quizá pienses
Que tu vida es materia del olvido.
Recordarás acaso nuestros días,
Este dejarse ir en la corriente
Insensible de trabajos y penas,
Este apagarse lento, melancólico,
Como las llamas de tu hogar antiguo,
Como la lluvia sobre aquel tejado.
Tal vez busques el campo de tu aldea,
El galopar alegre de los potros,
La amarillenta luz sobre las tapias,
La vieja torre gris, un lado en sombra,
Tal una mano fiel que te guiara
Por las sendas perdidas de la noche.
Recordarás cruzando el mar un día
Tu leve juventud con tus amigos
En flor, así alejados de la guerra.
La angustia resbalaba entre vosotros
Y el mar sombrío al veros sonreía,
Olvidando que él mismo te llevaba
A la muerte, tras un corto destierro.
Yo hubiera compartido aquellas horas
Yertas de un hospital. Tus ojos solos
Frente a la imagen dura de la muerte.
Ese sueño de Dios no lo aceptaste.
Así como tu cuerpo era de frágil,
Enérgica y viril era tu alma.
De un solo trago largo consumiste
La muerte tuya, la que te destinaban,
Sin volver un instante la mirada
Atrás, tal hace el hombre cuando lucha.
Inmensa indiferencia te cubría
Antes de que la tierra te cubriera.
El llanto que tú mismo no has llorado,
Yo lo lloro por ti. En mí no estaba
El ahuyentar tu muerte como a un perro
Enojoso. E inútil es que quiera
Ver tu cuerpo crecido, verde y puro,
Pasando como pasan estos otros
De tus amigos, por el aire blanco
De los campos ingleses, vivamente.
Volviste la cabeza contra el muro
Con el gesto de un niño que temiese
Mostrar fragilidad en su deseo.
Y te cubrió la eterna sombra larga.
Profundamente duermes. Mas escucha:
Yo quiero estar contigo; no estás solo.
Si llegara hasta ti bajo la hierba
Joven como tu cuerpo, ya cubriendo
Un destierro más vasto con la muerte,
De los amigos la voz fugaz y clara,
Con oscura nostalgia quizá pienses
Que tu vida es materia del olvido.
Recordarás acaso nuestros días,
Este dejarse ir en la corriente
Insensible de trabajos y penas,
Este apagarse lento, melancólico,
Como las llamas de tu hogar antiguo,
Como la lluvia sobre aquel tejado.
Tal vez busques el campo de tu aldea,
El galopar alegre de los potros,
La amarillenta luz sobre las tapias,
La vieja torre gris, un lado en sombra,
Tal una mano fiel que te guiara
Por las sendas perdidas de la noche.
Recordarás cruzando el mar un día
Tu leve juventud con tus amigos
En flor, así alejados de la guerra.
La angustia resbalaba entre vosotros
Y el mar sombrío al veros sonreía,
Olvidando que él mismo te llevaba
A la muerte, tras un corto destierro.
Yo hubiera compartido aquellas horas
Yertas de un hospital. Tus ojos solos
Frente a la imagen dura de la muerte.
Ese sueño de Dios no lo aceptaste.
Así como tu cuerpo era de frágil,
Enérgica y viril era tu alma.
De un solo trago largo consumiste
La muerte tuya, la que te destinaban,
Sin volver un instante la mirada
Atrás, tal hace el hombre cuando lucha.
Inmensa indiferencia te cubría
Antes de que la tierra te cubriera.
El llanto que tú mismo no has llorado,
Yo lo lloro por ti. En mí no estaba
El ahuyentar tu muerte como a un perro
Enojoso. E inútil es que quiera
Ver tu cuerpo crecido, verde y puro,
Pasando como pasan estos otros
De tus amigos, por el aire blanco
De los campos ingleses, vivamente.
Volviste la cabeza contra el muro
Con el gesto de un niño que temiese
Mostrar fragilidad en su deseo.
Y te cubrió la eterna sombra larga.
Profundamente duermes. Mas escucha:
Yo quiero estar contigo; no estás solo.
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